Persiste violencia feminicida; tres feminicidios recientes elevan a 13 la suma de mujeres asesinadas en 2025
La violencia contra las mujeres volvió a golpear a Yucatán con dos nuevos feminicidios registrados en días recientes. Naomi, de 25 años, fue localizada sin vida en una zona de monte, mientras que Nidia, de 88 años, murió tras ser agredida al interior de su propia vivienda. Estos casos se suman al feminicidio de una niña de 12 años ocurrido hace apenas unos días, presuntamente a manos de su padrastro.
Con estos hechos, en lo que va de 2025 al menos 13 mujeres han perdido la vida en Yucatán en contextos de violencia, de acuerdo con el seguimiento de casos reportados públicamente. En todos ellos, el agresor ha sido un hombre del entorno cercano: parejas, exparejas o familiares, un patrón que se repite y que evidencia una problemática estructural.
Activistas declaran que más allá de la violencia extrema, lo que resulta profundamente doloroso es la persistente tendencia a justificarla. En el discurso público siguen apareciendo explicaciones que trasladan la responsabilidad a las víctimas: que hubo descuidos, provocaciones o malas decisiones; que las mujeres debieron cuidarse más, elegir mejor a sus parejas o no salir de casa. Estas narrativas invisibilizan una realidad violenta que se sostiene por la omisión colectiva e institucional.
La ausencia de educación sexual y afectiva, así como la falta de políticas preventivas eficaces, permiten que la violencia feminicida continúe. Las instituciones tienen una responsabilidad central en su prevención: desde procesos de (re)educación, atención oportuna y acompañamiento integral, hasta una impartición de justicia real y con perspectiva de género.
Diversas voces han advertido que la respuesta del Estado no puede limitarse a reaccionar después del crimen. El enfoque exclusivamente punitivista, basado en el castigo, el aumento de penas o el encarcelamiento, ha demostrado no ser suficiente para frenar la violencia. Encerrar o sancionar tras el asesinato no evita que las agresiones ocurran.
Cada nuevo feminicidio deja una sensación de indignación e impotencia colectiva. Con frecuencia, el dolor parece intensificarse cuando la víctima es cercana, cuando el nombre resulta familiar, cuando el miedo se vuelve personal. Sin embargo, la violencia contra las mujeres no debería doler solo entonces.
